miércoles, 6 de octubre de 2010

ALPES 2010: EL CIELO Y EL INFIERNO


Y el sueño se cumplió... Desde luego que las palabras jamás serán capaces de expresar lo vivido y sobre todo lo sentido en cada uno de los momentos que hemos pasado pedalenado por los altos Alpes pero tampoco quería dejar pasar la oportunidad de compartir con vosotros esta experiencia que sin duda nos ha hecho "ciclistas" y que nos ha ayudado a ver las cosas desde otro punto de vista (al menos personalmente). En momentos como estos en los que el mundo del ciclismo sigue convulsionándose por las sospechas y confirmaciones de dopaje de muchos de nuestros ídolos hemos llegado nosotros y nos hemos puesto en su piel y hemos intentado emularlos en los escenarios más emblemáticos de este gran y sacrificado deporte sólo acto para gente muy muy especial. Se puede hablar de ellos, criticarlos y difamarlos pero invitaría a cado uno de los que hablan a que se suban en una bici e intenten aunque sólo sea por un día ponerse en su piel. No quiero con ello justificar las trampas pero tan sólo me gustaría una pequeña reflexión por parte de todos nosotros y ver la parte de culpa que tiene cada una de las cosas que rodean a este espectáculo que es el ciclismo (audiencias, sponsors...). Pueden ser héroes o pueden ser villanos, para mi seguirán siendo los héroes de siempre, los que se esfuerzan al extremo y me hacen estremecer cada vez que dan una pedalada más a pesar de estar al límite de sus fuerzas. Reflexionemos de una vez por todas y aprendamos a ver quien es realmente el héroe y el villano. Si tanto se preocupan por la salud de los corredores ¿porqué hay que hacer más de 3 mil kilómetros en tres semanas enlazando tres y cuatro puertos de dureza extrema sólo para que las audiencias sigan enriqueciendo a los de siempre? Por suerte he podido estar en alguno de esos sitios y lo he vivido en mis propias carnes, he sufrido el intenso frío del Galibier, he salvado las salvajes pendientes del Angliru, he enlazado dos puertos alpinos de 20 kilómetros y por una vez en mi vida SÉ MUY BIEN DE LO QUE HABLO.
Ahora toca lo que toca y no es otra cosa que contaros lo que hemos vivido en los Alpes, no es tarea fácil pero intentaré que sintáis lo que hemos sentido nosotros.
Los 13 kilómetros del Alpe D´Huez fueron el aperitivo perfecto y nuestra primera toma de contacto con los colosos alpinos. Se nos mostró como un puerto duro y contundente desde sus primeras rampas, el aliciente de sus míticas 21 curvas dedicada a cada uno de los ganadores aquí lo hacen sin duda un puerto especial y diferente. Con unos porcentajes que no bajan en ningún momento del 7% salvo en su kilómetro final que tiene una pequeña bajada el puerto es perfecto para medirse como dice Iago "el Mamut". Y eso debió pensar el de Mos cuando comenzamos a subirlo dado el duro ritmo que le imprimió a la subida desde el primer metro, sólo las curvas ofrecían un mínimo desahogo y unas maravillosas vistas de Bourg D'Oisans aunque el Mamut estaba empeñado en que el primer día era para sufrir, se le nota que las maratonas portuguesas lo han endurecido hasta el extremo.
Como dije el final es un poco atípico ya que transcurre dentro de la propia estación invernal y rodeados de todas sus instalaciones llegamos a una pequeña bajada que termina en una rotonda en la que giras a la izquierda y encaras los últimos 200 metros que por supuesto realizamos al sprint, quién llegó primero lo dejaremos a vuestra imaginación. El primer objetivo ya estaba cumplido, disfrutamos de cada pedalada dada y nuestras caras lo decían todo cuando alzamos nuestros brazos al cielo y celebramos nuestra primera cumbre alpina, nada más y nada menos que Alpe D´Huez. Una vez en la cumbre también hubo un poco de tiempo para el Mountain Bike ya que la estación está preparada para ello.
















Tras romper el hielo alpino con Alpe D´Huez ahora le tocaba el turno al majestuoso e imponente Galibier. Sus 2645 metros de altitud y sus 35 kilómetros ejercían sobre nosotros un influjo especial y personalmente lo convertían en el puerto más deseado.
La mañana se presentó fría y nublada haciendo que las perpetuas nieves de las altas cumbres permanecieran escondidas a nuestros ojos como queriéndonos ocultar lo que nos esperaba allá arriba.
Antes del gran Galibier los 12 kilómetros del Telegraphe nos sirvieron para tomar conciencia de como iba a transcurrir la jornada. Siempre entre árboles vamos dejando atrás el Valle de St Michel de Maurienne, el cual podemos admirar en alguna de las curvas de herradura por las que tenemos que pasar. Realizamos la ascensión a buen ritmo y disfrutando pero teniendo siempre presente que todavía nos queda el Galibier y que todos los esfuerzos se pagan tarde o temprano. Estamos contentos y animados porque sabemos que es una jornada especial y por ahora las piernas estan frescas y con ganas de pedalear, ya veremos si dicen los mismo cuando estemos a más de dos mil metros. En poco más de hora y cuarto coronamos por fin el Col du Telegraphe
(1566 metros), las fuerzas están prácticamente intactas y el ánimo no puede ser mejor. Ahora nos queda un pequeño descenso de 5 kilómetros hasta Valloire, un pueblo alpino que nos enamoró desde el primer momento, desde sus rotondas adornadas con animales tallados en madera hasta su casas y las flores que lo invadían todo. Si bien el porcentaje medio del Galibier es relativamente bajo (5,5%) nada más lejos de la realidad cuando empiezas a ascenderlo y mucho menos cuando la primera rampa que te encuentras para abandonar Valloire es del 9%. Las piernas comienzan a doler intensamente y te vuelven a recordar que estás en plenos Alpes y que las cosas no se basan en números sino en sensaciones, y estas vienen provocadas por infinidad de circunstancias. Tras este kilómetro brutal el terreno se vuelve favorable de nuevo pero como digo los porcentajes que salvamos en nada se corresponden con las sensaciones que vivimos, es un falso llano que en ningún momento te deja parar de pedalear y de hacer fuerza mientras el asfalto parece ejercer una presión de atracción que apenas te deja avanzar. Las montañas nevadas al fondo, tranquilas, parecen observar pacientemente tu lento y agónico avance esperando ver hasta donde te dan las fuerzas pero mal sabían ellas que cuando el Cheri y el Mamut se juntan, o lo que es lo mismo uno de Mos y uno de Castrelos, pocas cosas hay que se les resistan. Por momentos el sol se asoma tambien para observar nuestro avance que sigue siendo lento pero firme. La inmensidad del lugar te hace sentirte insignificante pero la libertad es total, la lucha entre tu y la montaña es titánica pero del todo reconfortante. Nuestra concentración era tal que apenas hablábamos, cada uno iba en su mundo, pensando, luchando, disfrutando, soñando..., estábamos sin duda reencontrándonos con nosotros mismos en un marco de incomparable belleza y con nuestras bicis como testigos mudos de nuestra hazaña.
Los kilómetros que siguieron fueron sin duda los más difíciles de toda la ascensión ya que ahora los porcentajes eran altos y las horas encima de la bici y la altitud comenzaban a cobrarse su factura. El paisaje había cambiado, los verdes prados dieron paso a la falta casi total de vegetación y la nieve comenzaba a asomarse en los márgenes de la carretera, si levantabas la vista sólo veías montañas coronadas por un blanco manto de nieve que te hacía casi estremecer. Los tres últimos kilómetros no bajan del 8% y es donde realmente te juegas la gloria o el fracaso, el frío y el viento son intensos y pedaleamos ya cada uno por su cuenta totalmente desentendidos el uno del otro, ahora cada uno es dueño de sus fuerzas y las administra como puede. La llegada es tras una larga y durísima recta que se hace interminable pero ahora ya sabes que estas rozando la gloria alpina y nada te importa porque nada te va a apartar de tu objetivo. El paisaje allá arriba es sobrecogedor, los Alpes estan a tus pies, entre la Saboya y la Provenza y mires donde mires tus ojos se ven invadidos por esa belleza que sólo las montañas poseen...
A veces son los nombres los que dan categoría a las cosas pero muchas más son los desconocidos los que realmente te ponen a prueba y te dan una patada en plena cara, eso fue exactamente lo que nos sucedió al día siguiente del gran Galibier. Nuestras caras reflejaban a las claras nuestro estado de ánimo, nuestras miradas irradiaban la felicidad de los que cumplen sueños y Alpe D´Huez y Galibier ya no lo eran sino que ya formaban parte de nuestra vida real y tangible. Pero el viaje a los Alpes no había terminado y el tiempo había que aprovecharlo al máximo por eso al día siguiente nos levantamos con la intención de ascender no uno sino dos super colosos de más de 2000 metros y 20 kilómetros: La Madelaine y El Glandón.
Siempre con la prudencia que nos caracteriza (empezando como viejos para terminar como jovenzuelos) comenzamos a subir la Madeleine un super puerto que en sus 21 kilómetros no baja en ningún momento del 7%, el reto era osado pero el Galibier nos había dado alas para esto y mucho más. La primera parte de la ascensión se hace incómoda por la gran cantidad de tráfico que circula por este puerto pero salvo eso las piernas parecía que respondían bien y el día era idóneo para la bicicleta. A partir de la mitad del puerto el tráfico ya era menor, la sombra que nos cobijó durante los primeros kilómetros dejó paso a una carretera totalmente abierta que nos permitía ver cada uno de los kilómetros que nos quedaba por ascender. Las curvas de herradura te ayudaban a ganar altura y poco a poco le fuimos ganando la partida a este gran puerto. Por raro que parezca llegamos a los últimos kilómetros bastante frescos y pudimos, esta vez si, disfrutar a tope la consecución de nuestro cuarto puerto alpino. Las vistas desde la cumbre como siempre eran espectaculares con la singularidad que en la lejanía se podía observar elmajestuoso Mont Blanc rey y señor de los Alpes.


La Madeleine ya estaba conseguida pero el reto del día era mucho más ambicioso por lo que rápidamente bajamos de nuevo a La Chambre para encarar EL Glandón, otro puertaco de más de 2000 metros y 20 kilómetros de subida. Unos pequeños bocatas fueron todo el sustento que tomamos para encarar este nuevo gigante que a punto estuvo de tumbarnos definitivamente. La prudencia era máxima al comienzo porque sabíamos que otros 20 kilómetros se harían duros por muy bien de forma que nos encontráramos. Las distancias ya las teníamos más o menos medidas y sabíamos como deberíamos de ir en cada momento, cuando agachar la cabeza y sufrir y cuando disfrutar del paisaje. Personalmente me encontré en este puerto increíblemente bien , las piernas pedaleban como si lo llevaran haciendo toda la vida y me pedían imprimir un ritmo que sabía era bastante fuerte para un puerto de tal envergadura. Los 10 primeros kilómetros son de una dureza constante sin apenas descansos (como casi todos los puertos de por aquí) pero justo en su mitad mientras atraviesas St Colomban des Villards la carretera te da un reconfortante descanso de casi un kilómetro para prepararte patra los próximos ocho kilómetros que ya te asfixiarán hasta el final. No está demostrado que el infierno exista pero cuando me quedaban seis kilómetros para el final sabía que aquello que brillaba allá al fondo eran sus puertas, las piernas comenzaron a decir que o bajábamos el ritmo o allí nos quedábamos para siempre, los piñones comenzaron a subir y la velocidad a bajar y la lucha mental comenzaba... En los tres últimos kilómetros fue cuando lo vimos, era el mismísimo Satanás, ahora ya sabíamos que estábamos en su reino, se reía y nos tentaba a bajarnos de la bici y por fin dejar de sufrir. Si el final del Galibier había sido duro esto no tenía nombre, o si, era el sufrimiento extremo. Las noticias que nos daban los puntos kilométricos eran desesperantes ya que los porcentajes rondaban siempre el 9 y 8% lo que hacía que la cumbre estuviera muy cara y nada clara en aquellos momentos. Lo más sensato hubiera sido claudicar o al menos bajar un rato de la bici para así poder oxigenar nuestras piernas pero la voluntad una vez más pudo mucho más que el sufrimiento y metro a metro y casi con lágrimas en los ojos El Glandón nos abrió las puertas de su gloria para sumarlo a nuestro currículum particular de puertos ascendidos. Os preguntaréis si en verdad vale la pena el sufrimiento, es difícil de comprender pero os puedo decir rotundamente que SÍ VALE LA PENA. La satisfacción de estar allí arriba, el sufrimiento pasado, el viento gélido y aquellas montañas nevadas no pueden ser explicadas pero sin todo eso la ascensión carecería de sentido. Todas esas sensaciones son las que nos acompañarán durante toda la vida y las que hacen que esta tenga algún sentido.
El resumen de la jornada en fríos números es el siguiente: 5:57:52 para hacer 82,57 kilómetros.







A pesar de la paliza y el sufrimiento del Glandón todavía nos quedaban dos jornadas y las queríamos aprovechar al máximo y la Croix de Fer era nuestro próximo reto. Con El Glandón todavía muy reciente en nuestras cabezas los 30 kilómetros de la Croix de Fer se nos antojaban cuando menos preocupantes ¿seríamos capaces de soportar de nuevo la brutal tortura que había supuesto El Glandón o los Alpes nos engullirían definitivamente negándonos la gloria eterna en el Olimpo del ciclismo?
Más que prudentes llegamos temerosos a St Jean de Maurienne para ascender nuestro penúltimo puerto y ver que sorpresas nos tenía preparadas esta nueva ascensión. Con lo primero que nos encontramos es con una dura rampa en el comienzo que no hacía presagiar nada bueno, los kilómetros siguientes seguían esa tendencia por lo que ya nos temíamos lo peor pero finalmente la Croix de Fer nos mostró su cara más amable en forma de largos descansos que nos hicieron disfrutar muy mucho de la ascensión. Al final la Croix de Fer estaba resultando de los puertos más "cómodos" de todos los que habíamos subido aunque todavía nos quedaba la parte final que con los últimos siete kilómetros con porcentajes que rondaban siempre el 8% le dieron ese punto de dureza de un gran puerto alpino. El tramo por St Sorlin D'arves fue el último paso
por una zona poblada y a partir de aquí es cuando la carretera se empina y comenzamos a ganar altura rápidamente, en pocos minutos vas viendo como el pequeño pueblo va quedando abajo y las vistas son de las más espectaculares que hemos visto en este viaje, no puedes dejar de ver hacia abajo y disfrutar una vez más de la enorme maravilla que se abre a nuestros piés con las montañas a lo lejos totalmente nevadas y ese pequeño núcleo urbano que cada vez se ve más pequeño. Con nuestra atención totalmente centrada en las espectaculares vistas los elevados porcentajes que afrontamos no parecen tan duros como lo son en realidad y así en poco tiempo casi hemos ganado la cima de otro gran coloso. Gracias a las fuerzas que todavía teníamos el final lo hicimos a medio sprint en un sano pique que nos puso a ambos el corazón en la boca pero siempre con la satisfacción de haber conseguido coronar la mítica Croix de Fer.


Al final no había sido tan complicado como pensábamos y la euforia era grande lo que nos llevó a considerar muy en serio la idea de intentar coronar el Col du Mollard, un puerto que se encontraba en mitad de la subida a la Croix de Fer del cualvimos el cartel cuando intentábamos el gran coloso. Los seis kilómetros de subida que lo separaban de nosostros era otro aliciente para intentar conquistarlo y tras bajar el tramo que nos separaba del cruce allá nos fuimos en busca de aquel desconocido. Fueron seis kilómetros bastante empinados con rampas que llegaban perfectamente al 10% pero que después de todo lo subido solventamos mucho mejor de lo esperado para llegar a un precioso pueblo alpino (otro más) que no hizo otra cosa que aumentar nuestro entusiamo y alegría. La sorpresa de este lugar fue la pista forestal por la que nos adentramos encontrando un maravilloso y estrecho sendero que bajaba entre el espeso bosque hasta la parte de abajo del pueblo y que puso la guinda perfecta a otro día en los Alpes.

Sólo quedaba un día y el protagonista era el no tan conocido Col du Izoard. Lo cierto es que las cosas no comenzaron demasiado bien ese día y el ambiente no era el más idóneo para lo que íbamos a hacer pero esperábamos que la magia de los Alpes rompiera todo el malestar que arrastrábamos. Fue un día un tanto atípico en todos los sentidos, el puerto era el más desconocido para nosotros y el ritmo que cogimos desde el principio era como subir la Garrida cuando llegas tarde a la cita con Balbís con la diferencia que esto eran 21 kilómetros y 2360 metros de altitud. La única tregua fue en un llano en el cual hablamos por teléfono con el gran Casalini pero lo demás fue esfuerzo, concentración y sufrimiento al máximo nivel. La belleza del puerto apenas fue contemplada ya que era día de cabezas bajas y pedal a fondo. Los porcentajes eran duros y cuanto más subías más duro se volvía, entre bocanada y bocanada podías admirar un puerto muy diferente a los subidos anteriormente, la vegetación era muy intensa tanto en árboles como en todo tipo de plantas, era como subir a un parque forestal de Vigo pero a lo bestia, en plenos Alpes. El otoño era más que palpable debido a la gran variedad de colores y tonalidades en los árboles que nos rodeaban. A falta de tres kilómetros para coronar y ya a más de 2000 metros esta vegetación dejó paso a un paisaje más árido y unas pendientes mucho más pronunciadas llegando al 12% del último kilómetro. Un puerto desconocido pero digno de los grandes colosos que habíamos subido antes, otra gran ascensión que jamás se nos borrará de la mente y que recordaremos con grandes sentimientos, era la última, sabíamos que el Izoard ponía punto y final a nuestra aventura alpina y lo cierto es que nos íbamos inmensamente satisfechos por todo, tanto por los paisajes, los puertos, la experiencia como por nuestro rendimiento personal.


No me quiero despedir sin antes agradecer a mi compañero y amigo el Mamut su grata compañía sabiendo que ha disfrutado de esto tanto como yo, también, como siempre, agradeceros a todos/as los que no estuvísteis físicamente allí porque en muchos de los momentos habéis estado con nosotros y hemos deseado que estuviérais viviendo esta experiencia tan alucinante. No sé que nos queda por hacer, supongo que muchas cosas pero el sueño de los Alpes ya es nuestro y desde este momento también un poco más vuestro. Gracias